miércoles, abril 24, 2024
InicioEdición impresaEl espectro del comunismo

El espectro del comunismo

Alfonso Conde C.

Dice Santos que aspira a una reedición de la Alianza para el Progreso, ese programa construido por los norteamericanos para controlar la expansión del comunismo en América Latina.

ELT200708230804377507876

Meses después de la invasión de Bahía de Cochinos por la CIA en 1961 y ante el fracaso estrepitoso de la misma, el gobierno de John F. Kennedy decidió impulsar la postura de los gobiernos de entonces en Brasil, Bolivia, Venezuela y Colombia que proponían demostrar el potencial del capitalismo como fuente de desarrollo económico y social válido, opuesto a la alternativa socialista que venía cobrando fuerza en América Latina después del triunfo de la revolución cubana.

En agosto del mismo año 61 se firmó en Punta del Este (Uruguay) la declaración que dio vida a la llamada Alianza para el Progreso. Tal pacto fue firmado por todos los gobiernos latinoamericanos con excepción de Cuba, que seguidamente fue expulsada de la OEA y castigada con el bloqueo económico que hoy se mantiene.

La experiencia, matizada de acciones asistenciales para ganar el favor popular, constituyó un fracaso. La inyección de US$20 mil millones de nueva deuda en diez años a los gobiernos subordinados no logró ni el primer objetivo formulado de generar un incremento anual del PIB per cápita de 2.5% anual, y mucho menos mejoró la distribución de la riqueza. No se alcanzó la mitad de la meta de crecimiento y hoy nos contamos entre los países más desiguales del globo.

En esa época, sin embargo, aún no se había impuesto en el mundo desarrollado el modelo rentista neoliberal y se confiaba en la producción real de riqueza, más que en su circulación, como la vía de acumulación. La industria y la actividad agropecuaria se consideraban piezas importantes en la economía de las naciones. De manera consecuente con lo anterior, el programa incluía políticas de desarrollo industrial y aún una reforma agraria, nunca realizada por los gobiernos colombianos.

Dice Santos que la situación actual es diferente. Y tiene algo de razón. El espectro que está recorriendo hoy nuestra América enfoca su atención contra la política neoliberal y el poder financiero mundial, causantes de la crisis global y, con ella, de la desgracia de la mayoría de los pueblos del mundo. A Cuba socialista se han unido Ecuador, Venezuela, Nicaragua, Uruguay y otras naciones del subcontinente que se apartaron de la sumisión hacia los norteamericanos y rechazan su intención de dominación económica y política.

También es distinto el modelo de acumulación: es evidente el deterioro de la economía real colombiana, producto de las políticas equivocadas sostenidas durante más de dos décadas por aquellos afanes de “insertar a Colombia en la economía mundial”, es decir por asumir, los gobiernos desde Gaviria, el modelo neoliberal impuesto sobre el mundo por el gran capital.

El perjuicio causado a la industria nacional y al sector agropecuario con estas políticas, agravadas por los tratados de libre comercio, intenta ser compensado económicamente con el estímulo a la explotación minera –la llaman locomotora minero-energética– que, además del daño ambiental evidente, nos dejará sólo el hueco receptor de esa riqueza. Cambiar la agregación real de valor, fruto del trabajo, por la explotación intensiva de recursos naturales no renovables es cavar la propia fosa de lo cual se benefician sólo, y de manera transitoria, el intermediario financiero y el explotador transnacional.

Así las cosas, de la propuesta nueva Alianza para el Progreso sólo queda su componente político que, desde su primera formulación hace más de cinco décadas, fue y es el componente real: Santos propone un medio para contener la expansión del sentimiento antineoliberal que crece en el mundo, en América Latina y aún en Colombia y para ello necesita de sus patrones especuladores la confirmación práctica de las bondades del modelo actual. Pide un auxilio imposible por cuanto el modelo es causa de su propia destrucción.

El camino que se quiere recorrer es semejante al de los 60: después del fracaso de la contención militar se busca la vía “amable” que ya fracasó para el capitalismo de libre competencia. El pavimento es ahora diferente, el camino está lleno de huecos y la bancada se desmorona. Constatar las supuestas bondades de la vía capitalista en su versión neoliberal es, simplemente, una misión imposible.

RELATED ARTICLES

Most Popular

Recent Comments