viernes, abril 19, 2024
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El arte puede desarmar el imaginario de la población colombiana

Entrevista a Patricia Ariza. Mujer dramaturga, poeta y activista

patricia

Fernanda Sánchez Jaramillo, Prensa Reiniciar

Entrevista a Patricia Ariza. Mujer dramaturga, poeta y activista. La codirectora del Teatro La Candelaria y presidenta de la Corporación Colombiana de Teatro nació en Vélez (Santander ) en 1946.

Su trabajo ha sido premiado y reconocido por el Congreso de la República, la Alcaldía de Bogotá y recientemente el Premio Internacional de Teatro Gilder/Coigner de la Liga de mujeres profesionales de Teatro de Estados Unidos, entre otros.

Primer Acto: Patricia mujer polifónica

R: Usted se ha definido como una mujer polifónica ¿En su polifonía qué característica de su personalidad se expresa con más fuerza?

PA:  Pues el teatro. Pero no sé si podría decir con más fuerza; soy artista, de dedicación sistemática en el grupo de trabajo de La Candelaria, soy activista política, defensora de derechos humanos y feminista.

Para mí esas cosas van juntas aunque cada una es específica, están en mí  y son los principios que me guían en la vida para movilizarme. La polifonía es, precisamente, la posibilidad de que una misma persona pueda hablar muchos lenguajes, distintos y específicos.

R: ¿Qué le dejó su pasó por la militancia a la que renunció en 1992?

PA:  Renuncié a la formalidad de la militancia pero creo que sigo siendo una persona vinculada porque no me gusta mucho la palabra militante,  un poco por estar ligada con lo militar.

Creo que es una formalidad anticuada  porque me parece que la izquierda se debe poner a tono con otros lenguajes pero no he renunciado a ser revolucionaria: jamás de mi boca saldrá una frase anticomunista; he sido y seré una revolucionaria. Sigo siendo una activista política, una activista por la paz pero desde el arte y la cultura, que es lo que sé hacer y lo que me gusta.

R: ¿Qué le aportó el nadaísmo a su vida y qué aportó usted al nadaísmo?

PA: El nadaísmo fue el primer grupo que encontré cuando salí de mi casa a los 15 años  porque fui expulsada de un colegio de monjas. Yo busqué el dadaísmo como un refugio para la rebeldía y la inconformidad; me encontré con un grupo de escritores y poetas iconoclasta, rebelde y fue mi primer encuentro con el arte.

Era un movimiento donde había mucha gente revolucionaria y me transformó la vida. Creo que ayudé al nadaísmo con la presencia fuerte de las mujeres, éramos un combo de mujeres conscientes de lo que hacíamos  transformábamos cosas, entrábamos a los bares prohibidos para las mujeres.

Tomábamos cerveza, recitábamos poemas y nuestra asistencia a esos sitios era un mensaje acerca de la presencia de las mujeres en la ciudad. No era un mensaje de carácter teórico sino una imagen colectiva, eramos una tribu urbana demoledora de prejuicios contra los jóvenes y contra las mujeres.

R: ¿Cuándo se acercó al feminismo o éste a usted? ¿Con qué clase de feminismo se identifica?

PA:  Me acerqué al feminismo  cuando me di cuenta de que el teatro colombiano era tremendamente masculino y el mayor porcentaje de dramaturgos eran hombres.

Empecé a dirigir teatro y encontré obstáculos. No había entendido lo que era el patriarcado hasta cuando me sentí excluida pero a pesar de todo decidí dirigir. Lo primero que hice fue un sketch sobre Allende y me di cuenta de que podía hacerlo. La primera obra que dirigí, en el Teatro La Candelaria, fue El Viento y la Ceniza y algunos amigos intelectuales, me dijeron que era indudable que ahí estaba la mano de Santiago García, un gran director, en esa obra Santiago fue actor y la persona más discreta y reservada en sus opiniones; si yo le preguntaba acerca de alguna escena él me respondía: usted es la directora, usted decide.

Para mí fue un golpe brutal que no creyeran que yo era la directora. El patriarcado agrede física y culturalmente y yo empecé a acercarme a las mujeres. Es un proceso muy largo de la vida y no basta ser mujer, hay que construirse porque nos han enseñado cómo ser mujer y lo más fácil es meterse en el molde tradicional.

Ahí mi vida cambió y aunque sigo siendo parte de un grupo de teatro mixto; desde entonces trabajo con las mujeres y pertenezco a un movimiento feminista ligado a las luchas populares donde vemos el feminismo como rebeldía y complemento del neoliberalismo que puede ayudar a transformar la sociedad.

Pero si el feminismo no está ligado a las luchas populares de los campesinos, las campesinas, trabajadores y trabajadoras pues no es nada. Solo luchar para tener más puestos y para “feminizar el sistema neoliberal capitalista” y no para cuestionarlo e interpelarlo.

R: ¿De qué manera se expresa el patriarcado en el teatro y cómo lo confronta?

PA:  Por ejemplo, en el Estado y también en el Distrito, que es el más avanzado en políticas culturales en Colombia, ha dividido el teatro en diferentes sectores pero se han olvidado de las mujeres, no hay política ni pensamiento filosófico para las mujeres en el teatro.

R: ¿Cuál es la importancia del Festival Mujeres en Escena?

PA: El primer festival lo organicé con siete grupos y ahora hay 90 obras dirigidas o escritas por mujeres y algunas obras de compañeros que hacen el esfuerzo de cuestionar el patriarcado desde la escena.

El Festival Mujeres en Escena visibiliza a las mujeres que hacen teatro y las obras de las mujeres muestran un país distinto. Veo que hay una nueva dramaturgia emergente que establece la relación compleja entre lo político y lo público, el lenguaje de las mujeres es diferente.

R: ¿Cuál es el  lugar que ocupa la mujer en su dramaturgia desde sus inicios hasta ahora?

PA:  La primera obra que escribí se llama Luna Menguante. Esa obra habla de la menstruación, de las menopausia, de temas que nadie habla y la monté en Cali, con un grupo de mujeres en Cali, el teatro La Máscara.

Ya he escrito como treinta obras sobre mujeres. El arte trabaja con temas que están sumergidos, hay algunas violencias contra las mujeres que están ocultas. Es un trabajo de desenterrar y  sacar a la luz los asuntos subterráneos en relación con las mujeres. He trabajado en una nueva forma de hacer teatro que es el performance en la calle, una nueva manera de habitar la calle; he trabajado mucho con Jael Quiroga, hemos hecho performance entrañables con las víctimas como traer mesas y a las víctimas con los objetos de sus muertos y la Serenata a los Ausentes, ambos en la Plaza de Bolívar en homenaje a víctimas de la UP, por ejemplo.

Hago performance con víctimas y artistas.  Primero fue de manera intuitiva y  luego se convirtió en un sistema, en un estilo del trabajo que hago: juntar las víctimas con las artistas en una sola obra es un grito contra la exclusión, un desafío artístico y político. El año pasado me gané una beca de arte y memoria, con una obra realizada entre víctimas y artistas, en partes iguales.

Segundo Acto: Patricia mujer política

R: ¿Se apagará el incendio que consume al país con la firma de una acuerdo de paz?

PA:  No. La firma del acuerdo es el comienzo para apagar el incendio, es la decisión de apagarlo y nos corresponde a las personas en los territorios construir; en La Habana se decide apagar el incendio pero lo apagamos con movilizaciones, cultura de paz, que tiene que aclimatar esta nueva etapa, es una transformación cultural, si no hay transformación cultural, no hay nada. La mitad de los colombianos tienen el imaginario engatillado y “desengatillarlo” es un trabajo de la política pero también de la cultura y de las mujeres.

R: ¿Qué papel cumplen las defensoras y defensores de derechos humanos en la concreción de un proceso de paz?

PA: Un papel determinante, especialmente las defensoras que trabajan de manera distinta porque han humanizado la defensa de los derechos humanos y trabajan desde el afecto, así muchas veces ellas no lo reconozcan.

Me parece que falta hacer énfasis en la reparación cultural porque los derechos humanos son culturales, sociales y económicos, los culturales están sumergidos, el país tiene que ser reparado y la reparación no puede esperar a que se suscriban los acuerdos de paz, el trabajo que Reiniciar hace con las víctimas es un trabajo de reparación. Creo que la reparación es un trabajo determinante y se ha construido dentro de la guerra, de lo contrario no estarían sentados en Cuba pero considero que faltan las defensoras de derechos humanos en La Habana.

R: ¿Es el teatro un escenario conveniente para la discusión de temas de guerra?

PA:  Todas las artes son convenientes para la discusión de ese tema porque es un asunto que nos atraviesa pero no podemos solo dejarnos atravesar sino que nosotros debemos atravesar el tema.

R: Usted dijo en una entrevista que el derecho al relato es un derecho humano. ¿Qué clase de imaginario se crea si el relato se centra exclusivamente en la victimización que produce la violencia y no en la supervivencia?

PA: El relato colombiano tiene relatos dispersos es como un espejo roto. Hay que juntar esos pedazos para que nos podamos reflejar de nuevo, la paz es un problema de identidad y esa identidad se da a muchas voces.

Es un relato polifónico, hay que relatar el conflicto para entenderlo y para transformarlo.

Creo que cuando se suscriban los acuerdos, deberíamos hablar, la guerra ha puesto todo en blanco y negro pero una vez ese conflicto fundamental se termine, los otros conflictos, sociales y de género se dimensionarán más.

Conoceremos a fondo el problema del medio ambiente, de la emergencia de nuevas subjetividades, la política hay que cambiarla y hay que hacer política para transformarla para que las mujeres seamos sujetas políticas.

R: ¿Qué rol y acciones concretas podrían desarrollar los artistas durante el posacuerdo, en caso de que se les de un espacio para participar, y que ha sido negado en la etapa de la negociación?

PA: Podemos jugar un papel determinante en el relato y lo hemos jugado. Los historiadores no han relatado de una manera tan compleja la masacre de las bananeras como la relata Gabriel García Márquez en su obra.

Tampoco los antecedentes del conflicto armado han sido relatados como lo hizo la obra Guadalupe Años Cincuenta y las mujeres están relatando la violencia a través de performance. (El primer performance, Artistas por la Paz, ocurrió en 1985). El establecimiento no tiene la subjetividad para darle un espacio imprescindible al arte que puede desarmar el imaginario de la población colombiana.

Tercer Acto: Patricia mujer poeta

R: ¿Qué la motiva a escribir poesía?

PA:  La necesidad de un cuarto propio. Este cuarto mi estudio se llama Virginia Wolf, porque siempre trabajo con grupos de personas de teatro, activistas y con víctimas, necesitaba un escondite y la poesía ha sido mi escondite.

Mi compañero Carlos Satizabal mandó los poemas a un concurso y tuve la fortuna de recibir el Premio Nacional de Poesía Inédita, en el año 2008, por mi obra Hojas de Papel Volando y fue un estímulo también.

R: ¿Por qué escribía poesía clandestinamente?

PA: Porque la poesía es una alteración de la sintaxis y la realidad. Era como un refugio, la posibilidad de estar sola con los fantasmas.

R: En su vida polifónica, ¿qué lugar ocupa la poesía en la construcción de sus relatos y de sus memorias?

PA: La poesía está en todo, en la vida. La función poética en el arte es un fundamento y en la vida la poesía es un “arma” contra la barbarie; ocupa un lugar determinante en mi vida.

R: Cuántos libros de poesía ha publicado?

PA: Solo Hojas de Papel Volando.  Estoy escribiendo otro libro de poemas y tengo muchas obras inéditas; además, estoy escribiendo un libro de crónicas sobre el Teatro La Candelaria.

R: ¿Cuál tema es más preponderante en su poética: el erotismo, el amor o la resistencia a la guerra?

PA: Yo creo que van juntos, no se pueden separar. Se puede separar en el análisis pero no en la vida y creo que la mejor definición es la polifonía porque en un concierto hay muchos instrumentos porque el arte busca lo singular.

El arte busca lo particular y la política busca lo colectivo y el consenso, el arte indaga en lo singular de una persona, de un tema, de una situación. El arte y la política son prácticas distintas pero pueden llegar a ser muy solidarias.

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