viernes, marzo 29, 2024
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Drogas ilícitas y derechos humanos

Álvaro Botero C.
Fundación Walter Benjamin para la Investigación Social

Mucho se ha escrito en los últimos tiempos acerca del asunto de las drogas ilícitas y el narcotráfico. La declaración de los presidentes de Colombia y Honduras, en diciembre de 2012, en New York, es solo uno de los últimos pasos para enfrentar una realidad cada vez más clara: La crisis del actual modelo para enfrentar el problema de la Drogas ilícitas. Se impone un nuevo enfoque, basado no solamente en la caracterización del fenómeno dentro del ámbito de la Salud Pública, más que en el del Orden público, sino en consideraciones desde los Derechos Humanos.

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Una realidad oculta

Detrás del negocio multimillonario de las drogas, y de la guerra contra ellas, se encuentra la realidad particular de varios grupos humanos que se ven afectados directamente con este tipo de enfoque. Por un lado, los cultivos tradicionales de coca, han venido sufriendo el estigma de la prohibición, haciendo caso omiso a los derechos que asisten a quienes, desde antes de la Conquista de América, conservan y promueven sus valores y costumbres ancestrales, dentro de los cuales el cultivo y utilización ritual de las plantas, forma parte. La prohibición a rajatabla, desde instancias supranacionales, como la ONU, simplemente desconoce estos derechos, por considerar, erradamente, que el uso de estas sustancias es, por sí mismo, nocivo, si se realiza por fuera de las excepciones consideradas en la Convención Única de Estupefacientes [usos médico-científicos (investigación)].

En este punto, un par de claridades. Si bien es cierto que la ingesta de todo tipo de sustancias vegetales, o químicos crudos, que alteran los estados de conciencia (llamados Enteógenos), o incluso fármacos naturales con fines terapéuticos, ha acompañado la historia del Ser humano desde que se tiene memoria escrita, y probablemente desde antes, estas no se pueden catalogar como drogas (SPA), en el sentido estricto y moderno del término, en lo que a su ‘consumo’ se refiere; por un lado, porque las sustancias actuales son producto de elaborados procesos químicos, y por el otro, porque su uso compulsivo y mórbido, nunca ha sido un comportamiento habitual, ni socialmente sancionado como aceptado ni aceptable. Es más, la ‘adicción’ es una enfermedad producto de la sociedad industrializada, cuya detección es relativamente moderna: por lo que a nosotros respecta, es un síntoma que encubre una condición más amplia, descrita ya por el marxismo temprano: La Alienación.

Fetichismo y Alienación

Lo mismo puede decirse de la sustancia misma, que hoy en día es mera mercancía. Este aspecto define la sociedad en que vivimos, esto es, la sociedad mercantil, la interacción y el influjo mutuo de los fabricantes privados e independientes de mercancías se formalizan a través de las cosas, a través de la mediación de los productos del trabajo entre sí. El atributo ‘atomista-privado’ de las compañías y la ausencia de un estatuto social directo y consciente origina necesariamente que los vínculos entre sus partes se efectúen a través del mercado mediante la circulación de las mercancías, las cosas, los precios, que no son sino manifestaciones objetivadas (procesos que se mudan en cosas) de los productos del trabajo, pero que crean una realidad ilusoria, fomentada desde las estructuras de poder, con fines a su mantenimiento y perpetuación. El fetichismo de la mercancía nos recuerda la formidable potestad que tiene el capitalismo para hacernos desconocer que detrás del mundo artificioso de las mercancías, del dinero y las rentas no hay nada más que nuestro propio y vulgar trabajo; que este queda suprimido para la sociedad sin dejar rastro; que nuestra energía no nos pertenece; que nuestro trabajo no es expresión de nuestras facultades sino de nuestra alienación. Que el capital convierte nuestro tiempo de vida en tiempo de trabajo en su hambre canina de plusvalía. Que la potencia social de la que se pavonea el capital se mueve sólo por el nervio de nuestro trabajo.

Esta relación estrecha entre la Alienación y el Fetichismo de la mercancía en nuestra sociedad postindustrial, fue tematizado por E. Fromm cuando señaló, como signo de nuestros tiempos, el aburrimiento, angustia, enajenación y sentimiento de vacío, cuya manifestación clara se observa en el apego excesivo a los bienes materiales, a las cosas, y cuyo sentido de vida se centra más en el poseer que en el ser.
Al igual que lo sucedido con la prohibición del alcohol durante los años 20 del siglo pasado, la prohibición de la producción, tráfico y consumo de drogas o SPA, se debe en mucho, a la actitud represora de los Estados que, con una pretendida ‘buena intención’, establecen una barrera casi infranqueable a los potenciales oferentes, dando lugar a un ‘oligopolio’ en cabeza de las mafias, quienes establecen sus condiciones y normas. Además, la política prohibicionista tie­ne como efecto que no permite distinguir entre drogas blandas y duras, y oscurece la diferencia entre usuarios y adictos, puesto que tanto los usuarios ocasionales, como los usuarios frecuentes y los adictos son todos considerados abusadores, cuyo abuso debe ser eliminado.

De acuerdo a esta última consideración, un derecho fundamental, como el del Libre desarrollo de la personalidad, no solamente se ve obstruido, sino que se distorsiona, por causa de la marginalización y criminalización de una práctica que, siendo en principio inocua, provisional, se convierte en marginal-patológica, crónica, con el agravante de que no recibe la asistencia debida por parte de los servicios de salud, otro derecho más que se ve atropellado.

Como lo demuestra la tozuda realidad, la crisis por la que atravesamos no se va a resolver por la vía militar; más bien, esta ruta beneficia al lavado de activos y al tráfico de armas. La estrategia diseñada con los Planes Colombia y Patriota para acabar con este círculo criminal perverso, en el que tras la muerte o captura de un capo nacen dos o tres, más inmanejables aun, no va a llevarnos hacia la desaparición de la producción tráfico y consumo de drogas ilícitas. En cambio, lo fortalece, como demuestran las cifras. Mientras el asunto de la implementación de un nuevo paradigma no se aborde como fruto de la evidencia, y alimentado desde un concienzudo debate nacional organizado, el país no saldrá de perverso círculo bélico en el que se encuentra, y sus gobernantes seguirán instrumentando políticas inútiles, improvisadas e ineficientes.

La ilegalización de las drogas crea un producto con alto grado de toxicidad e incontrolable, que, adicionalmente, pone al consumidor doblemente en riesgo, pues no solamente los aditivos y el origen mismo del producto no están regulados, sino que, para su consecución, debe entrar en contacto permanente con la delincuencia, haciéndose, él mismo, delincuente.

En resumen: la actual estrategia de afrontamiento, atenta contra los Derechos humanos doblemente: Al llevar la guerra hasta los territorios marginales, usuales bastiones de cultivadores ilícitos- en donde se confunden con cultivos de pan-coger y de productos ancestrales de los pueblos originarios-, agrava la condición de marginalidad de vastas zonas del territorio nacional, negándoles una fuente de sustento sin proveer una alternativa viable a cambio; por añadidura, la presencia del estado se limita a la de sus Fuerzas Armadas. Y por el otro, el consumidor, el eslabón más débil de la cadena, se ve expuesto a ingentes riesgos innecesarios, como su involucramiento con la criminalidad, la baja e incluso dudosa calidad del producto, ausencia de estrategias concretas de Prevención y tratamiento, amén de ambigüedad de las Normas Sociales en cuanto al consumo de Sustancias Psico Activas, pues se promueve el uso, no siempre responsable, de algunas de ellas, como el alcohol.

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