miércoles, abril 24, 2024
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Diez años de la invasión a Irak: La guerra que no debió ser

La administración norteamericana se cubrió de oprobio, al reconocer, muy pronto comenzaron las hostilidades contra Irak, que jamás existieron las armas de destrucción masiva que sirvieron como pretexto para invadir ese país. Militarmente ha sido el peor desastre, después de la guerra en Vietnam

Alberto Acevedo

Una reunión entre los presidentes de Estados Unidos, Gran Bretaña y España, George W. Bush, Tony Blair y José María Aznar, celebrada en las Islas Azores, fue el escenario donde finalmente se tomó la decisión de invadir a Irak, en un operativo a gran escala que comenzó el 19 de marzo de 2003.

La de Irak fue una típica guerra de invasión colonialista, un acto de piratería internacional. Los informes secretos del Departamento de Estado, que hablaban de la existencia de armas de destrucción masiva, de planes de agresión del gobierno de Irak contra sus vecinos, de pretendidas alianzas con el grupo Al Qaeda, todas estas fueron invenciones falaces para justificar la aventura bélica.

Inclusive se supo que el gobernante partido Baas, del presidente Sadam Hussein, estuvo dispuesto hasta última hora a hacer todo tipo de concesiones a los Estados Unidos, permitiendo una mayor participación de las empresas petroleras norteamericanas en la explotación del crudo, a fin de evitar la intervención militar, en la que, por cierto, la dirección baasista nunca creyó, y por eso no preparó suficientemente a las tropas. Creían que podían evitar así la invasión. Y por eso, los mercenarios norteamericanos y de la OTAN pudieron avanzar con relativa facilidad hasta el palacio de gobierno en Bagdad.

Lo que la dirección del equipo de Hussein no calculó es que los Estados Unidos no se contentaban con el plato que le ofrecían, no querían un pedazo de la torta sino la olla entera. Querían ocuparlo todo, adueñarse de las inmensas riquezas del subsuelo iraquí a instaurar una “democracia liberal”, de bolsillo, a la medida de sus intereses económicos.

Fiasco

En la madrugada de ese 19 de marzo, la población civil fue impactada por los bombardeos de la aviación norteamericana, de misiles de alto poder destructivo, proyectiles de uranio empobrecido y fósforo blanco, que se utilizaron especialmente en la población de Faluya, donde el número de víctimas fue bastante más elevado que en el resto del país.

En total, participaron alrededor de 170 mil hombres de fuerzas élite de los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN. Hoy se sabe que a lo largo de la guerra fallecieron 4.488 soldados norteamericanos y 33 mil resultaron heridos, según lo reconoció el entonces congresista Dennis Kucinic.

Las pérdidas materiales y humanas de la parte iraquí han sido desastrosas. Hay estudios que hablan de un millón y medio de civiles muertos a lo largo de la guerra. Así lo reconoce, por ejemplo, la revista británica The Lancet, que ha hecho seguimiento al conflicto. Existe además un registro de la Acnur, de 2’700.000 desplazados internos y dos millones de refugiados en países vecinos.

La idea de montar un gobierno estable, afín a los intereses norteamericanos, resultó ser un fiasco. Por el elevado número de bajas entre sus filas y el enorme costo para la población civil, la guerra en Irak terminó siendo el peor desastre militar para los Estados Unidos después de la guerra en Vietnam.

Hoy Irak es un país inviable y hay líderes políticos de ese país que estiman que la reconstrucción de los daños sufridos en infraestructura, carreteras, obras de arte y servicios públicos podría demorar hasta un siglo.

El país sufrió la destrucción casi total de la infraestructura social: centrales eléctricas, viviendas, carreteras, refinerías, escuelas. La salud y la educación que se prestan a la población son precarias una década después de la caída del régimen de Sadam Hussein.

La mayoría de la población no tiene acceso al agua potable. Sólo el 40% de la población económicamente productiva trabaja en alguna actividad, casi toda informal. Existe una estadística oficial de 2’700.000 desempleados. El año pasado, Irak ocupó el puesto 169 entre 174 países con mayor corrupción, según estudio de la agencia Transparency International.

Laboratorio genocida

Poblaciones como Faluya, donde se opuso una resistencia heroica a la invasión norteamericana, se convirtieron en un laboratorio de experimentación de armas químicas por parte del ejército de los Estados Unidos para aplastar a la población. Hoy Faluya, que sigue siendo una ciudad sitiada, paga un alto precio por su rebeldía.

El porcentaje de malformaciones congénitas registradas entre niños nacidos desde 2004 a hoy es mayor que el de Hiroshima y Nagasaki tras el bombardeo norteamericano a esas poblaciones a finales de la segunda guerra mundial. El porcentaje de niños nacidos con malformaciones en Japón se sitúa entre el 1% y el 2%, mientras en Faluya es del 14.7%.

Toneladas de residuos tóxicos, diseminados por todo el país, estimulan la aparición de enfermedades que antes no tenían registro en Irak. Estas se expresan en mutaciones, destrucción de riñones, pulmones, hígado y trastornos del sistema inmunológico.

En Irak, desde luego, hay cosas que sí funcionan. Por ejemplo la industria petrolera, que tiene rendimientos anuales del orden de los 373 mil millones de dólares, según cifras gubernamentales. La empresa que más ha progresado es Halliburton, propiedad del ex presidente norteamericano Dick Cheney, Pero ante todo, las empresas vinculadas al complejo militar industrial de los Estados Unidos.

No futuro

Ante semejante estado de cosas, Irak es un país fraccionado. Se multiplicaron los enfrentamientos entre las comunidades sunita y chiíta. No hay día en que no se registren explosiones, atentados, estallidos de bombas, muertes de civiles. Casi a diario hay manifestaciones en las que se reclama la inmediata dimisión del gobierno títere de Nuri al Maliki.

La democracia real que pregonó Estados Unidos para Irak todavía no llega. No es cierto que las tropas de ocupación norteamericana hayan abandonado por completo el país. Las manifestaciones callejeras, que se multiplican, reclaman vida digna, derechos civiles, libertad y seguridad.

Marwa Ali, una mujer de 20 años, madre de dos hijos, dijo hace poco a los medios de comunicación extranjeros: “Mis hijos no tienen futuro, yo tampoco, y tampoco Irak. La falta de esperanza para el futuro es ahora nuestro principal problema”, aseguró la mujer con un tono de desconcierto.

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