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Diciembre de 1815: Morillo, sitio y caída de Cartagena

Los patriotas revolucionarios reunieron una fuerza de resistencia de unos 1.500 combatientes, pero con una consigna que pronto se regó por todos los baluartes: “si vamos a morir, entonces que sea peleando”.

Las murallas de Cartagena resistieron el asedio español. Foto: Wilnapolis via photopin cc
Las murallas de Cartagena resistieron el asedio español. Foto: Wilnapolis via photopin cc

Libardo Muñoz

El 20 de agosto de 1815, con las luces del amanecer se dibujaron sobre el horizonte marino los primeros barcos de la flota de Pablo Morillo para sitiar a Cartagena, por orden de Fernando VII para la reconquista de las antiguas colonias.

Se escribiría una de las páginas más terribles y heroicas del siglo XIX en el Nuevo Mundo. Lo peor apenas comenzaba.

A mediados de 1815, la patria estaba fatigada por las divisiones y rencillas entre los jefes, especialmente entre Manuel Del Castillo y Rada y Simón Bolívar. Los efectos fatales de esta situación afectaban la propia seguridad de la Nueva Granada.

Ya se le habían negado a Bolívar en Cartagena los armamentos para la división con la que realizaría la campaña por el río Magdalena y estaba frustrado el plan de operaciones de la plaza de Santa Marta. El Libertador desde Haití tuvo noticias del sitio y de la defensa de los patriotas y bautizó a Cartagena como La Ciudad Heroica.

Desde La Boquilla hasta la Isla de Barú, Cartagena estaba sitiada por 50 barcos, una fuerza que desbordaba toda proporción, el mayor despliegue de poderío militar de ese momento contra una ciudad de 20 mil habitantes, que pese a la desventaja aparente iba a vender caro el pellejo.

La fuerza sitiadora de Morillo estaba compuesta por 10 mil soldados, pero no la iba a tener tan fácil como pensaba.

Los patriotas revolucionarios reunieron una fuerza de resistencia de unos 1.500 combatientes, pero con una consigna que pronto se regó por todos los baluartes: “si vamos a morir, entonces que sea peleando”.

Morillo montó su cuartel de mando en la loma de Turbaco en la hacienda Tordecilla, que aún existe con el mismo nombre, pero antes, desde la desembocadura del río Magdalena, en territorio que hoy es el departamento del Atlántico, las sabanas de Bolívar y las aproximaciones de Cartagena, las tropas del “Pacificador” se dedicaron a la eliminación física de unas tres mil personas y a cerrar cualquier posibilidad de que entraran abastecimientos a la ciudad sitiada.

Antes de que terminara agosto comenzaron a escasear los alimentos en la ciudad bloqueada y en septiembre ya era imposible conseguir un mendrugo de pan.

Una suma de errores militares cometieron los defensores de Cartagena. El primero fue subestimar al enemigo. Aunque se sabía que Morillo había llegado a las costas de lo que hoy es Venezuela, los preparativos para una defensa, que debieron ser urgentes, fueron lentos e insignificantes, se perdió un tiempo precioso.

Otro error lo produjo la mala información pues en Cartagena no se sospechaba siquiera la magnitud de las fuerzas navales que iban a hacer rendir a la ciudad por hambre en aquel terrible diciembre de 1815, apenas cuatro años después del glorioso 11 de noviembre cuando el escudo de España, que adornaba la entrada del Palacio de la Inquisición, fue destrozado por los alzados a martillazos.

A principios de agosto un buque inglés llevó a Cartagena una noticia: Morillo estaba en Santa Marta.

Entre los patriotas se creía que El Pacificador había sido diezmado en la isla de Margarita, lo que era una tremenda equivocación y un dato errado, puesto que, además, avanzaba reforzado por un grueso de realistas venezolanos, mientras en la Nueva Granada los jefes estaban divididos.

Con el enemigo al frente sólo quedaba el camino de la resistencia. Entre la Puerta de la Media Luna y la fortaleza de San Felipe se parapetaron defensas desesperadas. Pedro Romero estaría a cargo de una línea de fuego en el baluarte de San José, al final de la línea de muralla de El Pedregal.

Los puntos fuertes de la defensa de Cartagena, para impedir la entrada del enemigo por tierra, fueron El Cerro de La Popa, donde El Mariscal Sucre estaba al mando con otro venezolano, Piñango, San Felipe de Barajas, el Fuerte del Pastelillo donde hoy se encuentra el Club de Pesca y las entradas por mar defendidas por San Fernando y San José, en Bocachica.

La Popa, pese a no ser de una gran altura, es la más importante elevación geográfica de Cartagena que ofrece una magnífica visión de todas las aproximaciones terrestres. Los resistentes la aprovecharon y le dieron al invasor un primer gran golpe gracias a esa ventaja.

El mando patriota ordenó incendiar Turbaco para que el sitiador no encontrara nada útil ya que era el pueblo estratégicamente más importante y cercano para quien quisiera tomar Cartagena.

En la madrugada del 11 de noviembre de 1815 se produjo un ataque feroz de las tropas de Morillo con 800 hombres. En menos de un cuarto de hora los defensores los pusieron en fuga, cerro abajo, cubiertos por el considerable poder de fuego de San Felipe.

Esa misma mañana, el animal militar que Morillo tenía bajo su pecho tachonado de condecoraciones, le hizo entender que por tierra las cosas no iban a resultarle bien y dio una orden terminante: “Todo por mar”.

En pocas horas las baterías de uno de los barcos sitiadores destruyeron las defensas de Pasacaballos y Morillo estableció una cabeza de playa en Caño del Oro. De ahí en adelante todo le resultó más fácil y sólo tocaba esperar, pues el hambre y la peste estaban haciendo sus primeros efectos entre los defensores.

Morillo tendría también centenares de bajas causadas por las enfermedades.

Tristes raciones de carne de burros, de caballos y hasta de perros fueron recursos consumidos con voracidad por los patriotas y las enfermedades estomacales no se hicieron esperar.

El Estado Mayor patriota estaba compuesto por Lino de Pombo, Sucre, los hermanos Germán, Gabriel y Vicente Celedonio Piñeres, Juan García Del Río, Ignacio Muñoz, Manuel Rodríguez Torices, Pedro Romero y Padilla, bajo el mando de Manuel Del Castillo y Rada.

Una joven turbaquera, Eugenia Arrázola, se convirtió en una mártir que apenas se empieza a mencionar en nuestros días. Era una mensajera entre la defensa de la ciudad y la retaguardia, fue descubierta y fusilada por Morillo. Muchos nombres no han sido conservados por la historia como ocurre de manera injusta en esta clase de episodios.

Las víctimas comenzaban a contarse por centenares, los habitantes de Cartagena sitiada caían por hambre y una peste iba a transformar la ciudad en el escenario de un desfile de seres fantasmales y famélicos incapacitados para manejar un arma.

Otro enemigo se sumaría a los sitiadores: el hedor de los cadáveres que ni siquiera podían ser enterrados. Cartagena era un laberinto irrespirable. La ciudad misma parecía querer devorar a sus propios hijos.

El sitio de Cartagena por Morillo duró 114 días. Al atardecer del 5 de diciembre de 1815 se produjo el triste embarque de los últimos defensores que salieron por la Boca del Puente. No había garantía de justicia para nadie, por eso los patriotas optaron por el exilio a bordo de cualquier nave para romper el cerco por mar con provisiones de comida y agua prácticamente nulas. Cada quien se mantendría con lo que hubiera logrado al pasar a bordo, muchos morirían en la travesía.

Las bajas causadas por la resistencia patriota a Morillo fueron grandes, 3.125 hombres, pero aún después de abandonar la ciudad 400 defensores fueron apresados y degollados.

Los sitiadores entraron a Cartagena el 6 de diciembre, se restableció el gobierno virreinal, se abrieron procesos implacables y en febrero del año siguiente serían fusilados nueve destacados defensores. Morillo fusilaría personalmente a Manuel Rodríguez Torices, en Bogotá, donde hoy está la Estación de La Sabana.

Después de los fusilamientos de los Mártires se implantó el Régimen del Terror, caerían Bogotá y las Provincias Unidas de la Nueva Granada.

Cartagena perdió seis mil habitantes, una tercera parte del total de sus hijos, y pasaría más de un siglo para que la ciudad volviera a tener la misma cantidad de pobladores de 1815. Durante muchos años el atraso hizo de Cartagena una aldea habitada por seres espectrales. El control español se prolongó hasta 1821.

Una gran tarja de mármol dice a los habitantes de nuestros días: “¡Caminante! Después de más de cien días de riguroso asedio puesto a la ciudad por el ejército español salieron por esta puerta a la caída de la tarde del 5 de diciembre de 1815, los últimos defensores de Cartagena. Vencidos por el hambre y las enfermedades prefirieron desafiar los azares de la emigración antes que entregarse a merced del sitiador.

“Más de dos mil tomaron el camino de la expatriación. Muchos murieron en playas extranjeras y muy pocos volvieron a cruzar por este umbral.

“Los descendientes de aquellos abnegados patriotas han hecho grabar este recuerdo.

5 de diciembre de 1915”.

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