miércoles, abril 24, 2024
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Desmontar la ofensiva mediática y honrar la palabra

Si sumamos a la estrategia gubernamental, basada en la deshumanización de la insurgencia, la oposición de la ultraderecha guerrerista, montada sobre la repetición sistemática de mentiras, en buena medida se puede explicar la apatía y hasta el rechazo de sectores de la opinión al proceso de paz.

Foto: Matame a Besos... # VidaMarzo8 #BrigadaDigital via photopin (license)
Foto: Matame a Besos… # VidaMarzo8 #BrigadaDigital via photopin (license)

Carlos Antonio Lozada
Integrante del Secretariado de las FARC-EP

Hace ya algún tiempo ocupó espacio en la agenda noticiosa del país, la publicación de una fotografía en la cual aparecían miembros de la delegación de paz de las FARC-EP en un catamarán disfrutando de un descanso.

También han sido noticia la presencia de miembros de nuestra delegación en sitios de esparcimiento como la Bodeguita del Medio y hasta un desplazamiento en un carro convertible de esos que hacen más encantador el paisaje habanero.

Que hechos como estos, normales en la vida de cualquier persona, se hayan utilizado para tratar de golpear en su momento la imagen de nuestra delegación de paz, sirve para develar una de las facetas más pervertidas de la estrategia de guerra contrainsurgente del Estado colombiano: la deshumanización de la insurgencia.

Simultáneamente con la ofensiva militar diseñada con el propósito de aplastar militarmente la guerrilla, y como parte de la misma estrategia, se desató una ofensiva mediática, dirigida a posicionar en la mente de los colombianos un imaginario en el cual los rebeldes ya no somos vistos como seres humanos y actores políticos, sino simple y llanamente definidos con el genérico de terroristas y delincuentes de la peor laya.

Los miles de millones de pesos invertidos con el fin de instalar en la cabeza de la gente unas ideas prefabricadas por expertos en guerra sicológica, mediante sofisticadas técnicas comunicacionales y un esfuerzo sostenido por muchos años, han logrado sin duda cumplir buena parte de su cometido: Deslegitimar ante propios y extraños la lucha revolucionaria de la guerrilla y hacer ver a sus integrantes como seres perversos y despreciables a los que simplemente hay que exterminar.

Consecuentemente, a lo largo de las conversaciones de paz, esa sucia campaña no solo se ha mantenido, sino que ha arreciado, con el propósito de ejercer presión sobre la insurgencia en la Mesa y a la vez vender a la opinión pública la idea de que en La Habana no se está ante un proceso que busca acordar los cambios mínimos necesarios, que nos permitan la solución política del histórico conflicto armado, sino frente a un procedimiento mediante el cual se definen los términos judiciales para el sometimiento a la ley de una banda delincuencial y terrorista.

Si sumamos a esta estrategia gubernamental, basada en la deshumanización y deslegitimación de la insurgencia, la férrea oposición de la ultraderecha guerrerista, montada sobre la repetición sistemática de mentiras, en buena medida se puede explicar la apatía y hasta el rechazo de sectores de la opinión al proceso de paz.

No se trata entonces, como aseguran algunos, de que el Gobierno no haya sabido comunicar adecuadamente las bondades del Diálogo, aunque puede haber algo de eso; la razón fundamental, es que su estrategia comunicacional se deriva de su estrategia político-militar que busca el aplastamiento de la insurgencia en cualquiera de los dos escenarios.

Sin embargo, tras el acuerdo anunciado por el Presidente Santos y el Comandante Timoleón Jiménez el pasado 23 de septiembre, de profundo contenido político y gran alcance simbólico, el proceso de paz entra en una nueva fase, en la que es más difícil hacerlo fracasar que culminarlo con éxito, lo que necesariamente comienza a cambiar la percepción de los colombianos.

Una nueva realidad empieza a abrirse paso en el imaginario colectivo con relación a los diálogos de La Habana.

Esa nueva realidad pone de presente la urgencia de armonizar las voces de las dos delegaciones para comunicar los resultados de la Mesa, si es que de verdad se quiere fortalecer el proceso con un apoyo masivo de todos los sectores del país. A estas alturas, se requiere que ambas partes comencemos a ver y sentir los acuerdos como un resultado del trabajo y el consenso de las dos delegaciones, empeñadas en el más noble propósito como es el de alcanzar la paz estable y duradera para las futuras generaciones de compatriotas y no como logros o frustraciones personales.

¿Por qué echar por la borda con interpretaciones amañadas de lo acordado, el creciente respaldo ganado a nivel nacional e internacional al proceso, luego del anuncio del pasado 23 de septiembre y abrir de esa manera espacios a quienes se oponen de manera rabiosa a la reconciliación de los colombianos?

¿No será ya hora de sacarse de la cabeza ideas construidas como parte de la estrategia político-militar para la derrota del contrario?

Para llegar a la tan anhelada paz, es imperativo el desmonte de la ofensiva mediática dirigida a destruir al oponente; o lo que es lo mismo, devolver al contradictor político su humanidad, porque solo así se puede reconocer su carácter de igual en la confrontación política civilizada, que es la razón de ser de un proceso que busca reemplazar el choque de las armas por la dialéctica de los argumentos.

Lograr la paz que nos ha sido tan esquiva, exige además, grandeza y honrar la palabra empeñada.

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