jueves, marzo 28, 2024
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De viejo quiero ser niño

“Usted, que es una persona adulta y –por lo tanto- sensata, madura, razonable, con una gran experiencia y que sabe muchas cosas, ¿qué quiere ser cuando sea niño?” Jairo Aníbal Niño

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Julio Pulido
@ignotolegris

En Bogotá hay un cerro, en el cerro hay un bosque, en el bosque hay un parque, en el parque hay un teatro. Cada cual tiene ciertos lugares mágicos que nos llenan de vitalidad. El mío es un escenario de encantamiento donde la fascinación vence el tiempo, donde me visto de asombro infante, donde las risas surgen como pompas de jabón y revolotean sin pretensión.

En el corazón del Parque Nacional de la ciudad de Bogotá se encuentra el Teatro el Parque, réplica exacta del teatro francés de los jardines de Luxemburgo. Diseñado por Karl Brunner y construido en 1936, fue pensado como un escenario dedicado exclusivamente al teatro infantil. Desde adentro, desde el frente y tras bambalinas, todo en él es magia.

Cruzar sus puertas es cruzar un portal donde el encanto del escenario siempre trae sorpresas. Desde el 2012, cuando fue reabierto tras un periodo de olvido sin sentido, he asistido, acompañado de mi hijo, a sus funciones de los fines de semana sin premura pero con ansiedad.

Escribo esto con prisa, tal vez esperando que la emoción de la última función no pierda su esencia en las márgenes de lo que ahora es recuerdo.

La obertura es la misma: un video institucional que ya se me de memoria, la voz de apertura de Gina Jaimes, actual directora; acomodadores a lado y lado; el publico dispuesto en las sillas de sintético rojo de otras épocas. Sube el telón, la magia se echa a andar, actores y actrices inician su trasegar. Pero esta vez hay algo nuevo. Al margen izquierdo del escenario, de repente, un foco de luz deja ver un hombre y una mujer que parecen crear telas de araña con sus manos. ¡Sí! No hay dudas, están traduciendo, también es teatro de señas.

Crecí escuchando la historia de un familiar que nació sordo y, confieso, nunca logré entender su mundo de silencio. Por el contrario, siempre me pareció chocante. Siendo músico, trabajando con la plasticidad sonora, me era irracional vivir en ausencia de sonido. Es ahora, luego de muchos años y tras comprender que los silencios son la base de todo sonido, que me acerco a su mundo.

No supe si en el público se encontraba alguna o algunas de las 455.718 personas con discapacidad auditiva que registra el DANE. El único atento a las manos y gestos creadores parecía ser yo. No logré preguntar qué tan común es el teatro de señas, para ser más exactos: la traducción de obras de teatro para personas sordas. Pero el hecho de presenciarlo causó en mí una enorme impresión y no puedo más que agradecer que este tipo de cosas sean realidad, es una señal de esperanza en una ciudad y un país con altísimos niveles de exclusión y desarraigo cultural.

Seguiré asistiendo a las funciones de cada fin de semana en el Teatro el Parque. Seguiré agradeciendo a Gina Jaimes y su equipo de trabajo por mantener vivo el escenario que de niños hace futuro y de viejos hace niños.

Seguiré esperando, con mi hijo, cada fin de semana para afirmar que la mejor victoria a mi meridiana edad es seguir siendo niño.

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