sábado, abril 20, 2024
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Columna libre: Necesitamos a Aída

Rodrigo López Oviedo

La terrible noticia del nuevo atentado de la derecha fascista contra Aída Avella cuestiona, una vez más, el tipo de democracia que existe en Colombia. En todas sus intervenciones, Aída ha sido enfática en manifestar que la primera necesidad de los colombianos es la de la paz. Por no haberla en nuestro país, ella misma tuvo que sufrir las hieles del exilio por 17 años, y no resulta justo que, a su regreso al país, para ponerse al frente de la lucha por conquistarla, vuelva a ser expulsada de él mediante los mismos procedimientos violentos que antes la obligaron a irse.

Foto: Agencia Prensa Rural via photopin cc
Foto: Agencia Prensa Rural via photopin cc

Pero no se trata solo de Aída Avella. Este atentado contra ella y su comitiva, de la cual hacía parte Carlos Lozano Guillén, también infatigable luchador por la paz, la democracia y la justicia social, director del semanario VOZ y candidato al Senado por Alianza Verde, sume al país en la incertidumbre de lo que puede ocurrir con el proceso de La Habana, del que los demócratas y revolucionarios colombianos, tal vez ingenuamente, hemos creído que puede surgir una Colombia nueva, en la que masacres como la de la Unión Patriótica no se vuelvan a repetir.

Lo grave es que se está repitiendo y, ¡oh casualidad!, precisamente en medio de las discusiones de La Habana, pues fue precisamente en otro período parecido, aquel que surgió a raíz de los acuerdos de La Uribe, cuando se vino la andanada criminal contra su primer logro, el nacimiento de la UP.

Pero ni la Unión Patriótica ni Aída Avella se arredran. En sus primeras declaraciones después del atentado, la candidata presidencial fue clara en señalar que continuará con su campaña. Se necesitarán muchas balas más para que la hagan desistir de un propósito electoral que lleva implícito su objetivo de toda una vida de convertir la Presidencia de la República en un ente de poder a través del cual se sirva a los colombianos, comenzando por los más humildes, y no a las nacionales y transnacionales del gran capital.

El problema real está en el pueblo raso. ¿Será que dejaremos que esas firmas sigan adueñadas del poder político, además del poder económico, usufructuándolos para hacerse cada vez más ricas cuando el pueblo mismo es desangrado por la violencia que ellas financian, constreñido por los directorios electorales que a ellas les sirven y camino al despeñadero de la miseria por el que andamos? ¿O será que perseveramos en la búsqueda de opciones más favorables a nuestros intereses, como las que la UP nos ofrece? En las próximas elecciones del Congreso y las presidenciales, no podemos equivocarnos.

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