viernes, marzo 29, 2024
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Colombia ante la OEA: Una diplomacia errática y en crisis

En general, las relaciones del país con sus vecinos de frontera no han sido buenas en los últimos años.

Puente de la frontera binacional.
Puente de la frontera binacional.

Alberto Acevedo

La sesión extraordinaria de la Organización de Estados Americanos, OEA, reunida el pasado 31 de agosto, por iniciativa del gobierno colombiano, terminó en una verdadera hecatombe diplomática para las gestiones de la Casa de Nariño y su frustrado intento de constituir un tribunal internacional, a nivel de cancillerías, para condenar al gobierno venezolano, a raíz de los recientes problemas fronterizos entre las dos naciones.

Y en la misma proporción en que una campaña mediática se alza con voz envenenada contra el gobierno venezolano desde los micrófonos bogotanos, ese mismo poder de manipulación se puso en marcha para disminuir las dimensiones de la catástrofe diplomática de la cancillería colombiana, y reducir el asunto a que la pretendida reunión de cancilleres no se dio porque nos faltó el voto de Panamá, que impidió contar con la mayoría necesaria para alcanzar este propósito.

Más tarde se dijo por todos los medios, que al menos Colombia puso en el escenario internacional el tema de las presuntas violaciones al derecho internacional humanitario por parte de Venezuela, al provocar masivas expulsiones de colombianos desde su territorio. Esto no es tan cierto. En realidad, Colombia se conoce más por ser una amenaza latente contra sus vecinos, especialmente contra los gobiernos de signo democrático en la región, y por su propia crisis humanitaria doméstica.

El escenario de la OEA es el último eslabón de una cadena de errores y desaciertos de la política exterior colombiana, que tienen al país en una situación de aislamiento creciente. La exitosa gestión de la canciller María Ángela Holguín, como aseguran los principales medios de comunicación nacionales, no va más allá de eso, de titulares de prensa.

En general, las relaciones del país con sus vecinos de frontera no han sido buenas en los últimos años. A comienzos del año se presentaron dificultades con Venezuela alrededor del tema de los límites marítimos entre las dos naciones. Y si las diferencias en ese momento no pasaron a mayores, fue por la prudencia que se mantuvo en ese momento.

Solidaridad cuando le conviene

Recientemente, el gobierno de Caracas exteriorizó su descontento por la intervención de la transnacional Exxon, en la zona de Esequibo, que Venezuela reclama como suya en un diferendo limítrofe con Guyana. Y en ese caso, Bogotá no expresó la más mínima simpatía con la reclamación venezolana, que tiene razones históricas profundas, solidaridad que debió darse hacia un país que ha jugado un papel decisivo en el proceso de negociaciones de paz en La Habana.

Una solución definitiva a la reclamación nicaragüense sobre una extensa franja del mar territorial colombiano, está lejos de darse. Como Colombia se niega a acatar el fallo de la Corte Internacional de La Haya, y ha desechado la invitación de Managua a establecer un diálogo bilateral franco y sincero, como el que rechaza ahora con Venezuela, es probable que esta misma semana, coincidiendo con la entrada en circulación de esta edición, se inicien dos audiencias internacionales, relacionadas con dos demandas de Nicaragua, por el incumplimiento del fallo de La Haya.

Si Colombia pierde una demanda en este sentido, debería pagar una millonaria indemnización a Nicaragua. Lo grave es que una de las dos reclamaciones tiene que ver con la posesión de una franja mayor de mar territorial que ahora disfruta Colombia. La arrogancia e impericia de los abogados colombianos ante el tribunal de La Haya, hace que las cosas hayan llegado al punto en que se encuentran.

La política exterior colombiana ha tenido también sus encontronazos con el gobierno de Panamá a raíz de la declaratoria por parte de la Casa de Nariño, de Panamá como ‘paraíso fiscal’, que no cayó bien en el gobierno vecino. Hay que decir que en este caso, la postura de Colombia es una imposición de la OCDE, como uno de los tantos requisitos que el organismo mundial exige a nuestro país para formalizar su ingreso al llamado ‘club de los ricos’.

‘Persecución en caliente’

No se han restañado aún las heridas por la intervención militar de Colombia en territorio de Ecuador, durante el gobierno de Uribe Vélez, para atacar un campamento guerrillero en la zona de frontera con ese país y asesinar, mientras dormía, al jefe guerrillero Raúl Reyes. En esa ocasión, por cierto, el episodio intervencionista provocó la ruptura de relaciones diplomáticas con Ecuador y Venezuela.

No es Venezuela, la que ha venido labrando esa imagen exterior, que por decir lo menos, va en contravía a las tendencias renovadoras, democráticas y progresistas que intentan abrirse paso en el continente. Nuestro país figura como exportador de paramilitares, no solo en Venezuela, sino en México y Centroamérica. Así lo han denunciado, en esa región, numerosas organizaciones sociales, estudiantiles y defensoras de derechos humanos, a raíz de algunas ‘asesorías’ militares ofrecidas por nuestros gobiernos.

Para coronar esta cadena de desaciertos, en medio de una furiosa campaña mediática anti venezolana, orquestada desde Bogotá, surgieron voces desde los rincones de la extrema derecha, que pidieron revisar nuestra participación en la Organización de Estados Americanos y cuestionar, ahora sí el papel non sancto de este organismo regional de cooperación.

Implicada ante la CPI

Pero también, nuestra participación en Unasur, revisar y posiblemente retirar el aval al papel de Venezuela como mediador en las negociaciones de paz de La Habana, en momentos en que la insurgencia ha reconocido la participación ‘decisiva’ de ese país en la búsqueda de una paz con justicia social en nuestro país.

Ya antes, Colombia sorprendió al continente con el anuncio de que se retira del Pacto de Bogotá, suscrito en 1948, y que vendía regulando, mal que bien, escenarios de negociación pacífica entre pares en el continente.

Y ante el llamamiento del gobierno venezolano, del Vaticano y de otras instancias internacionales amigas, de que se retome el diálogo directo con Venezuela, tomando en cuenta raíces históricas comunes que nos hermanan, la diplomacia colombiana amenaza con casar nuevas peleas en las Naciones Unidas, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la Corte Penal Internacional, escenarios donde nuestro país tiene escasas y lejanas posibilidades de salir adelante en un pleito de esta naturaleza.

Por cierto, la Casa de Nariño se hace ilusiones con colocar en el cuello de Venezuela el dogal de la CPI. Recordemos que en esa instancia de juzgamiento internacional, es Colombia y no Venezuela, la que tiene ya un expediente abierto, por episodios como los 45 mil casos de desaparición forzada, como las fosas comunes al estilo de La Escombrera, en la Comuna 13 de Medellín, como el episodio de los ‘falsos positivos’; como el asesinato sistemático de recuperadores de tierras, de defensores de derechos humanos, etc. Es esta la imagen que tiene Colombia ante el mundo, y que explica por qué se dio un resultado adverso para ella en el escenario de la Organización de Estados Americanos, OEA.

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