jueves, abril 18, 2024
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Capitalismo paramilitar, la etapa superior del neoliberalismo

Luego de la derrota militar, política y moral que significó para Estados Unidos la guerra de Vietnam, el Estado corporativo estadounidense incrementó el uso de soldados tercerizados para sus operaciones en las que no les resultaba rentable una participación abierta.

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Jeanpier Anaya

En 2008, la actriz Mia Farrow se reunió con Erick Prince, director de Blackwater, la mayor proveedora de mercenarios del mundo, a fin de contratar los servicios de esta empresa para «solucionar» la sangrienta guerra civil en Darfur (Sudán). Prince afirmó que la empresa tenía las capacidades para hacerlo, pero que el negocio no le convenía, pues podría afectar sus contratos con su principal cliente: el gobierno de Estados Unidos.

El 19 de agosto de 2015 paramilitares que protegían una operación de contrabando en la frontera entre Colombia y Venezuela, atacaron a efectivos militares venezolanos que custodiaban la zona. El Estado venezolano respondió cerrando una sección de la frontera común. Del lado colombiano de la frontera, las consecuencias dejaron en evidencia la penetración del contrabando y el paramilitarismo en el tejido económico de la región.

El «capitalismo paramilitar» como lo describió el presidente Nicolás Maduro a la dinámica que funciona en la zona, está lejos de ser un fenómeno circunscrito a la frontera colombo-venezolana y es una clara tendencia global del modelo neoliberal de desarrollo promocionado principalmente por Estados Unidos.

Estados autoproclamados como Puntlandia y Somalilandia, en el Cuerno de África, cuya principal actividad económica es la piratería de buques mercantes y cualquier otra actividad criminal que podamos imaginar, han contratado los servicios de mercenarios de todo el mundo, atraídos por las ganancias millonarias que estas actividades prometen.

En Liberia, el Departamento de Estado de Estados Unidos seleccionó a la empresa DynCorp para reorganizar el ejército de ese país. Esta empresa tenía incluso el poder suficiente para exigirle al gobierno la aprobación de leyes adecuadas a sus planes y objetivos, la cooperación militar, que anteriormente se daba por la defensa de intereses comunes, es hoy un servicio prestado por compañías especializadas.

Allison Stanger, en Foreign Affairs, explica que la fe de los políticos de Estados Unidos en el libre mercado junto con la cada vez mayor aversión de los norteamericanos a participar voluntariamente en la guerra, y la posibilidad de liberarse de responsabilidad cuando las cosas vayan mal, ha impulsado a este país a apoyarse cada vez más en contratistas privados para sus operaciones militares.

El mercenario y ex oficial de las fuerzas armadas de Estados Unidos, Sean McFate, quien trabajó para la antes mencionada DynCorp, afirma que dadas las condiciones actuales «cualquier persona que quiera iniciar una guerra puede hacerlo, por la razón que quiera, puede ser una persona muy rica o una corporación».

Luego de la derrota militar, política y moral que significó para Estados Unidos la guerra de Vietnam, el Estado corporativo estadounidense incrementó el uso de soldados tercerizados para sus operaciones en las que no les resultaba rentable desde el punto de vista económico o político una participación abierta.

Fue así cómo compañías militares privadas se encargaron del entrenamiento de grupos como Al-Qaeda para combatir la influencia soviética en Afganistán o en entrenamiento de las milicias terroristas conocidas como «Contras» en Nicaragua para detener la Revolución Sandinista. La industria cultural se encargaría de crear una imagen positiva del paramilitar con personajes como Rambo o el juego de vídeo «Contra». 30 años después, un septuagenario Rambo ahora está al mando de una empresa de mercenarios en The expendables, el mensaje es claro: en el siglo XXI todo es negocio.

Como lo reza el dogma neoliberal, se privilegia el uso de mano de obra barata para la satisfacción de intereses de las economías centrales: Defion Internacional y Triple Canopy son compañías basadas en Perú que ofrecen ex combatientes de la lucha antiguerrillera en Perú y El Salvador, por sólo mil dólares al mes. Listos para pelear en lugares como Iraq y Afganistán, según nos informa el portal CorpWatch. Según un aviso de prensa publicado en 2004 en Colombia, a los oficiales de ese país se les ofrecía más, e incluso, vacaciones en Europa

Y es precisamente en Colombia, país que promueve el liberalismo y la privatización como modus vivendi, que se mezcló el fundamentalismo neoliberal con las ambiciones de los terratenientes en el desarrollo de la prolongada guerra civil, que ya se ha instaurado como una característica estructural de este país.

En 1994 y contando entre sus principales promotores al entonces gobernador del departamento de Antioquia (Álvaro Uribe), se fundan las llamada «Asociaciones Comunitarias de Vigilancia Rural» (Convivir). Estas organizaciones, inscritas legalmente como empresas de vigilancia, buscaban legalizar la acción de grupos armados que desde finales de los 70 se dedicaban a tareas de protección de terratenientes y narcotraficantes, e incluso compañías transnacionales como Chiquita Brands.

El uso de ejércitos privados para defender intereses particulares y disminuir el poder del Estado sobre los negocios tuvo su máxima expresión en el narcotraficante Pablo Escobar Gaviria, héroe de la reciente ola de novelas colombianas y que ahora tiene su propia serie en Netflix.

Conscientes de su poder sobre la población, y su influencia sobre el gobierno, miembros de estos grupos se conformaron como un actor paraestatal con elevada autonomía: las Autodefensas Unidas de Colombia, quienes desarrollaron una infraestructura económica propia y una organización militar que incluía centros de reclutamiento, una linea de suministro internacional de armas y municiones y campos de entrenamiento con cursos que incluían el descuartizamiento de campesinos vivos. Siendo responsables de masacrar pueblos enteros

El paramilitarismo colombiano se establece como una próspera industria no solamente cobrando «vacunas» a manera de impuestos por sus «servicios de seguridad», sino también mediante la exportación de mercenarios a países como Honduras, sin abandonar su primer negocio: proteger actividades criminales.

Las técnicas de asesinato utilizadas por los paramilitares colombianos son muy similares a las utilizadas actualmente por otros grupos terroristas aupados por Estados Unidos como Isis, que comenzaron como «grupos rebeldes» y que hoy controlan grandes yacimientos petroleros en la frontera entre Siria e Iraq para beneficio de las grandes transnacionales, teniendo como resultado que por primera vez en la historia, una guerra en Medio Oriente genera una caída general de los precios del petroleo.

Misión Verdad

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