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Canonícese la mujer

La mujer hoy en muchas partes es presidenta, alcaldesa, parlamentaria, y como las atletas que corrieron ayer en España manifestando logros por su independencia y futuras conquistas reivindicativas, en Colombia llenan las cárceles y los cementerios.

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Armando Orozco Tovar

En el Día Internacional de la Mujer, las mujeres trotaron, corrieron, treparon y caminaron en nutridas conglomeraciones mundiales, menos en las regiones donde las telas las sofocarían por el calor, y la piedra y el puñal lapidaría sus rostros, ocurrencia de la barbarie desde tiempos remotos, y que aún existe en puntos planetarios extraños a la Modernidad, donde también se practica la aberrante mutilación clitoriana.

Todo en esta fiesta se vio como conquista y reclamo ese día, menos en Colombia donde varias mujeres fueron muertas por maridos celosos, paranoicos herederos de la enfermedad de un país paranoico y esquizofrénico por largos años de crímenes fratricidas acumulados. En ese día las estadísticas no registraron un solo hombre eliminado por la mano de sus compañeras, como si varonil fuera sólo la violencia.

Esto es cierto. Casi doscientas mujeres fueron muertas en lo que va recorrido del 2015, cifra que por poco alcanza a la mexicana con secuestros y asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez y ciudad de Chihuahua. Y es que el odio misógino a la mujer viene desde esa compilación de obras llamadas en griego biblion. Sólo cuando las últimas contiendas universales necesitaron del concurso femenino por su resistencia, voluntad y dedicación, se fueron liberando de la inferioridad a que fueron sometidas, para ponerse incluso en medio de las explosiones de las bombas a la par del siempre macho.

La Revolución de Octubre las transformó de siervas en obreras, maestras, bailarinas, artistas, poetas, capitanas de barcos y soldadas. Sus manos construyeron aviones, cañones y tanques, para derrotar al nazi-fascismo. Y aquí cerca la Revolución cubana dejó que dejaran de ser infinidad de ellas prostitutas para elevarlas al rango de médicas, politólogas, literatas, periodistas, científicas y milicianas.

La mujer hoy en muchas partes es presidenta, alcaldesa, parlamentaria, y como las atletas que corrieron ayer en España manifestando logros por su independencia y futuras conquistas reivindicativas, en Colombia llenan las cárceles y los cementerios. Pero también se las ve con fusil al hombro y en permanente preparación investigativa en las universidades, oficios y servicios diversos, en talleres y como dramaturgas, poetas teatreras, y en la lucha por la conservación del medio ambiente.

Y en la más valiosa labor sin retribución económica ni pensión como amas de casa, sólo dependiendo de sus maridos. Siempre la mujer se impone, siempre así la maten. Porque tienen un sentido propio de responsabilidad por ser la encargada por la naturaleza de la preservación de la especie en este lado del universo.

Désele una misión a la mujer y ella la cumple con el mismo tesón con que cría sus hijos. Se debe celebrar a la mujer incluyendo a las milenarias trabajadoras sexuales, reconocidas en el poema del mexicano Jaime Sabines: “Canonicemos a las putas”: “Das el placer, oh putas redentoras del mundo, y nada pides a cambio, sino unas monedas miserables“ (…).

Vienen a la memoria las mujeres pioneras de la cultura, que sufrieron maltrato por sus ideas y visiones de mundo, arrasándoles su trabajo, y pasándoles por el frente de sus cuerpos indefensos el torturador de turno. Me llega de pronto mientras escribo uno de los muchos ejemplos de represión estatal, ocurridos durante el gobierno del presidente Pastrana, contra Gabriela Samper, cinematografista, autora de documentales antológicos como: “El Paramo Cumanday” y “Los Santísimos Hermanos”, que se encuentra para su preservación en el MAM (Museo de Arte de Nueva York).

Esta mujer que amó a fondo la cultura nacional, poniéndola en el ojo de su cámara fílmica, para que se supiera que había que cuidar frente a la devastación globalizante del capitalismo salvaje.

El Estado represor la premió con tortura, prisión y destierro, y finalmente como consecuencia de todo esto con la muerte a los 56… hace cuarenta y un años.

Alegría de Pio 3/9/15 /4:30 a.m

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