miércoles, abril 24, 2024
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Cali, la Feria y el HUV

Quizá tengamos que recordar a esta Feria como la última con el Hospital Universitario del Valle operando. La desaparición de este patrimonio público representaría una verdadera derrota histórica para los sectores populares de la ciudad.

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Lucas Carvajal
integrante de la Delegación de Paz de las FARC-EP

Desde el 25 de diciembre pasado se celebra en Santiago de Cali la versión 58 de la Feria de Cali. Se trata de la principal festividad de la tercera ciudad de Colombia y reúne en apretada agenda conciertos, desfiles, encuentros de melómanos, temporada taurina y un enrevesado listado de actividades que se traducen finalmente en una gigantesca algarabía colectiva cuyas consecuencias no resultan siempre festivas.

La Feria es heredera de los fracasados Carnavales de Cali, iniciativa de las elites locales de principios de siglo XX que alcanzó a realizarse entre 1922 y 1936. Las agudas contradicciones sociales de la ciudad sacaron de madre la oligárquica celebración y la convirtieron en lucha de clases pura y dura. Por ejemplo, en las protestas populares contra los Carnavales de 1923, las Fuerzas Militares asesinaron a siete manifestantes e hirieron a seis más (a este respecto, véase la investigación de Montoya Mogollón) Finalmente los Carnavales se suspenderían por temor a esa población levantisca e inconforme a la que Ignacio Torres Giraldo le tributara el piropo de ser “pueblo libérrimo” y “plaza de las izquierdas colombianas”.

La Feria nacería posteriormente, precisamente un año después de la gigantesca explosión del 7 de agosto de 1956, hecho cardinal que marcaría el ordenamiento urbanístico de la ciudad y su cultura popular (baste recordar la canción “Lamento caleño” de Lucho Bowen, prohibida durante la dictadura de Rojas Pinilla: y el largometraje “Carne de tu carne” de Carlos Mayolo). En diciembre de 1957 y con una duración de más de un mes, la primera edición de la Feria llegaba para instalarse dentro de las tradiciones de una ciudad que crecía al ritmo de una industrialización acelerada. Era el paliativo para una población empobrecida, desplazada por la violencia y atemorizada por la cercanía de la muerte.

La Feria se convirtió en un referente cultural ineludible en la historia de la ciudad. En las décadas de 1960 y 1970 sería el escenario propicio para la instalación de los ritmos afrocaribeños dentro de la primera fila del gusto popular local. Richie Ray, Héctor Lavoe, Johnny Pacheco y muchos otros desfilarían por toda la ciudad. Como sencillo ejemplo, recordemos cómo, en un momento central de la invencible novela local “¡Que viva la música!” de Andrés Caicedo, un empepado Rubén Paces camina hacia el encuentro de Ricardo Ray y Roberto Cruz en el concierto central de la Feria de 1968.

Los años 80 verían a la Feria convertirse en la celebración de una urbe marcada por el narcotráfico y por códigos culturales nuevos como el surgimiento del núcleo duro de la salsa local -Niche y Guayacán- y por la llegada del vallenato, la salsa romántica y la música norteña. La ostentación y la violencia generalizada empezarían a marcar la celebración decembrina.

En últimas, la Feria refleja la angustia de un proyecto de ciudad inconcluso. De un lado, la urbe obrera y migrante que se rebela y baila desenfrenada en las calles. Al tiempo, la ciudad de la oligarquía rentista e industrial que disfruta la temporada taurina y se lleva a las grandes orquestas a sus clubes exclusivos. Y, en el mismo tiempo-espacio, la ciudad de los traquetos y sus ejércitos privados que se emborracha en la cabalgata mientras exhibe cuánto ha avanzado la cirugía plástica contemporánea.

Más allá de todo su jolgorio, la Feria de Cali se ha convertido en un agudo problema de salud pública. Siguiendo series de datos inconclusas e incompletas podemos citar que en la edición de 1996 hubo 50 muertes violentas durante su desarrollo, 37 en 1997, 72 en 1998. En las ediciones recientes, solo en la noche del 24 y madrugada del 25 de diciembre se contabilizaron 19 asesinatos en 2013, y 12 en 2014. No extraña entonces que, como si de una masacre ritual se tratara, desde mediados de año la Cruz Roja caleña clame al cielo por donaciones de sangre que permitan suplir los altos requerimientos de las festividades de fin de año (por ejemplo: http://feriadecali.com.co/2014-57/5211/portada/diciembre-epoca-para-donar-sangre-y-salvar-vidas/ o http://www.elpais.com.co/elpais/cali/noticias/agotan-reservas-sangre-hemocentros-cali-llamado-donacion).

Y así, en medio de exhibiciones de silicona y suntuosidades varias, va desarrollándose la 58 Feria de Cali. Con el agravante de que se desarrolla en medio de la más grande crisis de la salud del Valle del Cauca. En octubre pasado habíamos hablado de la situación crítica del Hospital Universitario del Valle y de la red pública hospitalaria del departamento, hoy podemos indicar que esta se ha agravado con la entrada en huelga de los trabajadores de la salud de Buenaventura y con la persistencia de la problemática del HUV.

De octubre a hoy, las movilizaciones obreras y estudiantiles en defensa del HUV continuaron, alcanzando una magnitud realmente masiva. La planta de médicos generales ha seguido menguándose, precarizándose aún más los servicios a la comunidad. Y la deuda de las EPS sigue ahí, intocable e impaga.

Voceros de los trabajadores y del movimiento por la salud lanzaron tempranamente una alerta sobre las dificultades que implica para la ciudad el vivir la Feria decembrina con el principal centro hospitalario en estado crítico, con dificultades para atender urgencias y sin reservas de sangre. ¿Qué hacer con las miles de víctimas del jolgorio popular? De un contexto así solo puede esperarse fatalidad.

Quizá tengamos que recordar a esta Feria como la última con el Hospital Universitario del Valle operando. La desaparición de este patrimonio público representaría una verdadera derrota histórica para los sectores populares de la ciudad. Al respecto, la izquierda local lanzó una consigna beligerante, “Sin HUV no hay Feria”, que motivó la última gran marcha en defensa del centro de salud.

Conocedor de tal consigna, este humilde servidor se imaginaba desde la distancia al levantisco pueblo de Cali alzándose en diciembre de 2015 contra la Feria tal y como lo hizo en diciembre de 1923 contra el Carnaval. Pero no, no fue así. Valga, como autocrítica colectiva necesaria, preguntarse qué hace la militancia popular caleña a esta misma hora. No vaya a ser que la fiesta coyuntural nos lleve a la derrota estructural.

Pueblo Colombiano: ¡Pa La Mesa!

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