Lo que menos importan son los derechos humanos o las libertades democráticas, en tanto no se violen los acuerdos mercantiles.
Alberto Buitre
Han pasado 45 días y no existe ni un solo Gobierno en cualquiera de los cinco continentes que haya salido a condenar al Estado mexicano por la masacre de 6 y desaparición de 43 estudiantes campesinos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.
Si esto hubiera ocurrido en Irán, Venezuela o Corea del Norte, probablemente el mundo no tardaría ni una semana en emitir una declaración de condena a los gobiernos de esos países por el genocidio.
Es posible que si se tratara de Siria o Cuba, el presidente Barack Obama ya alistaría los misiles para preservar las “libertades democráticas” de ese país.
¿Qué ocurre entonces que no pasa lo mismo si se trata de México?
¿Qué tiene México que los Gobiernos del mundo, independientemente de su ideología, han preferido callar solemnemente ante este crimen de lesa humanidad?
Es probable entonces que yo esté perdiendo el enfoque. Que al final, de lo que menos se trata es de la democracia, de las libertades, del estado de derecho.
Posiblemente deba virar un poco el punto de vista y comenzar a creer que cuando se condene la violación a derechos humanos en un país, esto primero debe pasar un primer filtro de evaluación sobre qué tanto importa esa nación en el mundo, para luego entonces condenarlo.
Yo sé y es claro que el papel de México no es preponderante a nivel mundial, políticamente hablando. México no es lo que –podría decirse- un “líder global”. Es decir que lo que salga a decir Enrique Peña Nieto ante la ONU, por ejemplo, pasa de largo para las agencias internacionales y no influye en el devenir diplomático. No si se tratara de Vladimir Putin, como en un tiempo se trató de Hugo Chávez.
En realidad, de lo que se trata con México, es de no arruinar la gallina de los huevos de oro. A saber:
La inversión extranjera en México supera los 35 mil millones de dólares, según cifras documentadas por la agencia Reuters para el año 2013. En orden de importancia, los países que más invierten en la nación azteca son España con 2.544 mdd; Países Bajos con 1.952 mdd; Bélgica, 1.261 mdd; Estados Unidos, 1.007 mdd; y Japón, con 696 millones de dólares invertidos en el país, junto con otros 68 países más quienes en suma invierten hasta 2.273 millones de dólares.
México es, después de Brasil, el segundo país en latinoamericano con mayor capital extranjero.
Y no sólo eso. Son varios los monopolios mexicanos que hacen su papel en otros países.
Empresas como Televisa, Comex, Cemex, Grupo Minero México, Grupo Carso (propiedad de Carlos Slim a la sazón el hombre más rico el mundo), Gruma, Bimbo, Cervecería Modelo. En suma, de las dos mil compañías más grandes del mundo, según Forbes, 16 son mexicanas y extienden su poder sobre varios países del planeta, especialmente Latinoamérica.
México supone, pues, una red global de intereses donde varios monopolios mundiales tienen tejidas sus ganancias. Y ante la evidencia de que son los capitales quienes determinan la política pública de los Estados, es lógico evidenciar el silencio de sus Gobiernos.
Entonces lo que menos importan son los derechos humanos o las libertades democráticas, en tanto no se violen los acuerdos mercantiles.
Así han pasado en México más de 100 mil muertos y más de 200 mil desaparecidos, entre ellos 70 mil por motivos políticos, según el Comité Hasta Encontrarlos. Pero los gobiernos del mundo siguen y seguirán guardando silencio.
Haría falta que se pusiera en riesgo la integridad de una petrolera holandesa para que entonces sí los organismos internacionales salieran a expresar su preocupación por la “gobernabilidad mexicana”, a sabiendas que es el dinero y la generación de plusvalía lo que garantiza la viabilidad de un Estado.
Que mueran 6 y desaparezcan 43 estudiantes campesinos en un país aparentemente democrático, es lo que menos importa.
