jueves, abril 18, 2024
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Aulas adentro: Los ‘pelaos’ no leen

La responsabilidad no recae sólo en los muchachos. Las cifras que muestran deficiencias en comprensión de lectura, constituyen un “yo acuso”, a la mediocridad de una clase política que no ve, o no quiere ver, la importancia de invertir en educación

Estudiantes 3

Alberto Acevedo

Los cuatro escasos meses hasta ahora transcurridos del año han traído malas noticias para la educación en Colombia. Finalizando enero, se conocieron los resultados del último Estudio Internacional de Competencia Lectora, Pirls, que trae la mala nueva de que seis de cada diez alumnos de primaria en Colombia, entre cuarto y sexto grado, tiene problemas para leer textos complejos.

Esto implica que, para la mayoría de estudiantes de escuela básica, los niveles de asimilación de lectura siguen siendo muy bajos. Esta situación conduce a una formación académica deficiente, que va a reflejarse, necesariamente, en los niveles de competitividad en la formación secundaria, después en la universidad, y más tarde en el trabajo profesional.

En la descripción del problema, el estudio insinúa la existencia todavía de una escuela autoritaria, secuela del modelo de enseñanza colonial, excluyente, que hunde sus raíces en la época anterior a la independencia del dominio español.

A los pequeños estudiantes se les escucha poco, el concepto de lectura se reduce al aprendizaje mecánico del alfabeto, no hay creatividad, se cercenan las actividades lúdicas y los docentes en muchos casos no se preocupan por la comprensión de lectura sino por la decodificación de mensajes fríos y abstractos.

Aprender a volar

Cristina de La Torre (El Espectador, febrero 12) sugiere la existencia en nuestro medio de una educación castradora, “obsesionada en inyectar mares de datos inconexos, inútiles a la hora de identificar y resolver problemas, e inclinada a castrar la pasión creadora del muchacho”. La autora llama a diseñar un modelo en que los estudiantes “aprendan a leer, a escribir, a observar, a pensar, a crear, a volar. A formular preguntas en vez de atesorar respuestas políticamente incorrectas”.

La psicóloga Annie de Acevedo (El Tiempo, febrero 6) advierte que en nuestro modelo educativo muchos parecen estar más preocupados por desarrollar el coeficiente intelectual de sus hijos, que por formar su carácter y permitirles asumir riesgos. Tenemos “niños muy inteligentes y buenos estudiantes que no saben ni amarrarse un zapato bien”. La también educadora y periodista se lamenta de que “nos hemos concentrado en desarrollar el coeficiente intelectual de nuestros hijos, pero hemos fracasado en el desarrollo del carácter, la autodisciplina y la perseverancia, que es lo que define a los exitosos”.

Más incisivo es el analista de temas educativos Cristian Valencia (El Tiempo, enero 29) quien insinúa “que no se trata sólo de aprender a escribir, firmar y restar. Se trata de una educación desde las humanidades, desde lo social; una educación como ciudadanos de derechos y deberes; una en donde aprendan para qué se aprende a leer y escribir, a sumar y restar”. Esto, para que a nuestros niños no les pase lo de sus padres, que tuvieron que ejercer de adultos de sopetón y también de sopetón abandonaron su proyecto de vida.

Analfabetismo

Y esto de que padres y alumnos terminan abandonando su proyecto de vida debido en buena parte a las imperfecciones de nuestro sistema educativo es un asunto para tomar en serio.

Un reciente informe sobre universidades del Banco Mundial y de la Organización para la Cooperación Económica (OCDE), preocupado por la calidad de la formación de nuestros profesionales, constata con dolor que los niveles de deserción escolar en Colombia se mantienen en una preocupante cifra de casi el 50%.

Existe una estela de secuelas nefastas, producto de esta situación. Mencionemos algunas:

En el año 2005, la población en edad de trabajar solo leía 1.6 libros al año. Un lustro antes, en el 2000, ese promedio era de 2.5 libros al año. Es decir, en vez de avanzar estamos retrocediendo. En un muestreo realizado en 18 países, los estudiantes colombianos son los que menos entienden al leer en internet. Recordemos además que todavía hoy, cerca de uno de cada diez colombianos mayores de 15 años es analfabeta. A esta situación de atraso ilustrado contribuye en buena medida la televisión, con una programación que a menudo es un elogio a la estupidez y la ignorancia.

Deserción y criminalidad

Estudios recientes de criminalística comienzan a preocuparse por la relación existente entre este fenómeno de la deserción escolar y el de los menores infractores de la ley penal. Incluso después de la entrada en vigencia de la ley 1098, conocida como Código de la Infancia y la Adolescencia, que castiga con mayor rigor estas conductas desviadas, en la misma proporción en que creció la deserción escolar, se dispararon el hurto, los delitos contra la propiedad, y en menor proporción el sicariato, por parte de sujetos criminales entre los 14 y los 18 años de edad.

En el sueño trunco de alcanzar altos niveles de eficacia en los procesos educativos, esta situación afecta no sólo los programas de enseñanza básica y media. De alguna manera también estos problemas se reflejan en la educación superior. Que a ese nivel, afronta por demás, otras dificultades particulares.

Un estudio publicado en el periódico Alma Máter, de la Universidad de Antioquia (Edición 618 de marzo de 2013), indica que la universidad pública, durante los 20 años de vigencia de la ley de educación superior, se ha desfinanciado en 11.2 billones de pesos, según dato sustentado en un documento suscrito por 32 rectores de las instituciones agrupadas en el Sistema Universitario Estatal (SUE). Y esta situación conlleva a un lamentable espectáculo en que los rectores de las universidades año tras año estén mendigando recursos, de puerta en puerta.

Otra forma de violencia

Este cuadro general de desajustes de nuestro sistema educativo, que tiene muchos otros filones de análisis, es responsabilidad no sólo de maestros, padres de familia y estudiantes. También de una burguesía michicata, tacaña, que en su avidez por el lucro y la riqueza, sumado a su falta de grandeza, jamás se propuso invertir en la educación, la ciencia y la tecnología, como si lo hacen las burguesías de otros países vecinos que nos llevan una enorme ventaja en ese aspecto.

A la clase dominante, dice Federico Nietzsche, le interesa difundir una cultura proveniente de los dogmas de la economía política, que ve en la masificación de la cultura la posibilidad de ampliar la productividad, las utilidades, la riqueza. Le interesa una educación rápida, que produzca tecnólogos dúctiles de manejar, pero que no piensen, no cuestionen los modelos. “¿Qué valor puede tener una ciencia que devora como un vampiro a sus criaturas?”, se pregunta el filósofo alemán.

Hay una intención perversa de reducir la educación, erradicar de los pénsumes educativos el estudio de las ciencias sociales. Y esta reducción no significa sólo restringir las posibilidades del conocimiento sino que es otra forma de extender la violencia, la barbarie. Lástima que este problema de la educación y su orientación no estén en la agenda de conversaciones en La Habana. Ya que, como vemos, no figura tampoco en los proyectos de reforma educativa del Gobierno.

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