viernes, abril 19, 2024
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Armas químicas: ¿Y cuándo juzgar a Estados Unidos?

La primera potencia mundial no sólo ha empleado armas químicas, sino que las ha suministrado a sus aliados, desde tiempos inmemoriales. Evidentemente hay una doble moral en el juicio contra Siria por el empleo de estos arsenales

Alberto Acevedo

La campaña mediática a nivel global contra el gobierno sirio, por la presunta utilización de armas químicas contra sus opositores, en un incidente ocurrido el pasado 21 de agosto y que sirvió de pretexto para que el presidente norteamericano, Barack Obama, anunciara una inminente intervención militar contra ese país, ha estado rodeada de embustes e hipocresía, que ocultan otras realidades peores en el manejo de este tipo de armas de destrucción masiva.

El informe rendido por una comisión de expertos de la ONU al sitio de los acontecimientos, confirmó ciertamente lo uso de gas sarín, pero no ofreció pistas ciertas que este elemento hubiera sido empleado por fuerzas del gobierno sirio. En cambio sí crecen y se fortalecen versiones de que elementos terroristas, apoyados por Estados Unidos, emplearon este tipo de gas, que había sido suministrado a éstos, vía Turquía y Arabia Saudita.

Si se aplica el espíritu de la Convención Internacional de las Naciones Unidas sobre prohibición de armas químicas, lo deseable, para la humanidad, es que ningún gobierno en el mundo emplee este tipo de armas. Pero lo que hoy vemos es que se sataniza a quienes, poseyéndolas, no se ubican en la órbita de los aliados de Estados Unidos, y en cambio se guarda silencio frente al uso que de ellas hacen las grandes potencias y sus amigos.

Estados Unidos es la potencia industrial y militar que ha hecho mayor uso de armas químicas y de destrucción masiva. Empezando porque ha sido, hasta ahora, el único país que utilizó la bomba atómica contra un pueblo, en el caso de Hiroshima y Nagasaki.

Efectos letales

Durante la guerra en Vietnam, Washington autorizó a sus tropas mercenarias, la utilización de defoliantes químicos en las selvas de Indochina. Fue el caso del famoso agente naranja, que afectó a cuatro millones de vietnamitas, que aún hoy, sufren brutales efectos a través de enfermedades cancerígenas, malformaciones congénitas y otras deformidades físicas.

Cuando Irak, siendo aliado de Estados Unidos, invadió a Irán en los años 80s, Saddam Husein empleó armas químicas suministradas por el Pentágono norteamericano.

De manera arrogante, hace unas semanas, el vicepresidente norteamericano, John Kerry, dio un plazo de siete días a Siria para que entregara una relación completa de su arsenal químico. Cuando los convenios internacionales para estos casos hablan de un plazo de 60 días, Damasco entregó esa relación en seis días.

En contraste Estados Unidos incumplió el plazo fijado por la Convención Internacional de las Naciones Unidas sobre la Prohibición del uso de Armas Químicas, para que en 2012 destruyera lo que resta de su arsenal químico. Aunque Washington ha eliminado el 90 por ciento de ese arsenal, el diez por ciento restante equivale a unas tres mil toneladas de armas químicas, que sigue almacenando.

Bomba de tiempo

Estados Unidos tampoco presiona a Israel, su principal aliado en el Medio Oriente, para que ratifique el Tratado sobre Proliferación de Armas Químicas, que ese país suscribió en 1993. Tampoco Estados Unidos ha fijado una “línea roja” a sus amigos, los gobiernos de Turquía y Arabia Saudita, que entregan armas químicas a los grupos terroristas que combaten al gobierno sirio.

En el caso de Israel, un informe confidencial de la CIA, de cuya autoría se conoció el pasado mes de septiembre, da cuenta de la existencia de un programa secreto de armas químicas, del que Tel Aviv no quiere hacer mención. Un grupo de expertos ha indicado que Israel habría construido 80 bombas nucleares en 2004, año en el que presuntamente suspendió la producción de este tipo de armas.

Pero semejante potencial militar, que se utiliza para agredir al pueblo palestino y a otros países de la región, creando un estado de permanente zozobra, es una situación que no ha merecido la más mínima condena ni recriminación por parte de Estados Unidos ni del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Rusia, como segunda potencia mundial, tiene también mucho que ver en el problema del manejo de armas químicas. Se sabe que Rusia ha liquidado ya el 60 por ciento de sus reservas, pero el 40 por ciento restante representa unas 16 mil toneladas, según estimativos de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas, OPAQ.

Y no son armas que permanezcan almacenadas, o enterradas, como una amenaza lejana. Hace poco tiempo, Rusia utilizó un agente químico contra un comando extremista que ocupó el teatro Dubrovka, en el corazón de Moscú. Con semejante arma letal causó la muerte de 39 integrantes del grupo de asalto y 129 rehenes, ciudadanos inermes que asistían a un espectáculo. Nadie entonces habló de “líneas rojas”, que no podían cruzar las autoridades de Moscú.

Internamente, en Estados Unidos también suceden estas prácticas escabrosas, no para repeler acciones terroristas, sino para hacer pruebas experimentales, a costa de la vida humana, lo que resulta más denigrante, comparable sólo con lo que hacían en los campos de concentración alemanes.

Horrores

Entre 1951 y 1958, Estados Unidos realizó alrededor de cien pruebas nucleares en el estado de Nevada, a unos 100 kilómetros de Las Vegas. Las explosiones dirigidas tuvieron una potencia de 6.8 kilotones, que desprendieron polvo radioactivo rico en radionucleidos y gases, que fueron transportados por el viento. Una buena parte de la población de Nevada, Utah, Colorado y Nuevo México fue expuesta a radiación, para satisfacer las ansias de fabricación de armas de destrucción masiva.

En 1993, 18 estudiantes fueron secretamente inyectados con plutonio, según denuncia del diario Albuquerque Tribune, con el fin de establecer estándares de seguridad ocupacional en persona que manipulan el plutonio, en programas militares.

En otras pruebas similares, a más de 100 pobladores de Alaska les inocularon yodo radioactivo. A 49 jóvenes con retraso mental se les suministró cereal con hierro radioactivo y yodo. A unas 800 mujeres embarazas se les suministró hierro radiactivo para observar los efectos en sus fetos. A cien presos de diversas cárceles norteamericanas, se les sometió a radiación cancerígena en sus testículos, para observar las reacciones.

Todo esto sucede en el país que se reclama la mejor democracia del planeta, y que sin ningún sonrojo se desgarra las vestiduras por lo que sucede en Siria y exige que el mundo entero lleve a ese gobierno ante la picota pública.

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