miércoles, abril 24, 2024
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A pesar de 24 años de crudo exilio, sigue añorando regresar a Colombia

Nelson Lombana Silva

Una de las primeras personas que encontramos al llegar a los alrededores de la plaza de toros La Santamaría, en Bogotá, donde se preparaba febrilmente el gran desfile inaugural del V congreso nacional de la Unión Patriótica, fue a la compañera Imelda Daza Cotes, quien hace 24 años se vio precisada a abandonar el país producto del sanguinario genocidio contra la naciente propuesta de la izquierda llamada Unión Patriótica.

Camarada Imelda Daza Cotes. Foto Nelosi
Camarada Imelda Daza Cotes. Foto Nelosi

Una valerosa mujer del departamento de Cesar que se vio precisada a salir en estampida para Europa y refugiarse en un país de las cuatro estaciones, idioma y costumbres distintas, dejando el calor soporífero y la bella geografía de esta región de la patria por el simple “pecado” de soñar con un país justo y humano, un país democrático.

Han pasado 24 años. Sin embargo, Imelda Daza Cotes sigue añorando a su patria, añorando con regresar y poder hacer política libremente sin el temor de ser asesinada. No podía ocultar su emoción de poder pisar nuevamente suelo colombiano, sentir el calor de su pueblo y la esperanza de florecimiento de la Unión Patriótica con opción de poder.

Disfrutó como ninguna el V congreso de la UP en esta gélida ciudad con desbordante entusiasmo, emitiendo siempre conceptos críticos, analíticos y esperanzadores. Siempre proyectando la lucha hacia el futuro que le corresponde al pueblo, con el formidable interés que la caracteriza.

Nunca había tenido la oportunidad de hablar personalmente con ella. Mi camarada Fray Alonso Espinosa, alborozado, me la presentó. Entonces recordé que la había visto en el vídeo “Baile Rojo”, auspiciado por la corporación Reiniciar.

Por entre la multitud de amigos y amigas que concurría a saludarla con el llanto emocionado en aquellos hombres y mujeres de la costa norte de Colombia, pudimos estar cerca y entablar una breve conversación que hoy presentamos a nuestros gentiles lectores de la página web www.pacocol.org con el mayor entusiasmo:

—Camarada Imelda Daza Cotes, hace 24 años le tocó salir del país ante su inminente asesinato por las hordas del binomio militar-paramilitar. ¿Cómo se siente el exilio?

—El exilio es un castigo muy duro, muy duro. Somos, además de exiliados, desplazados por la violencia, por el genocidio contra la Unión Patriótica que nos obligó a dejar el país para defender nuestra integridad personal.

El exilio no importa dónde se viva, si es en un país desarrollado, en un país atrasado, es igualmente duro; eso de tener que dejar el país obligadamente es un castigo, se siente difícil, injusto y eso es lo que precisamente hace que uno retorne a participar en eventos que tienen que ver con la discusión de los problemas del país para tratar de generar mejores condiciones que nos permitan regresar, porque el retorno es el sueño permanente.

—Dice usted que el exilio es un castigo. ¿Por qué ese castigo contra usted?

—Bueno, en este país donde hay una democracia tan precaria, aunque se diga que Colombia tiene una democracia muy estable y una democracia muy antigua, eso es en los papeles. En la práctica no funciona así, en la práctica en este país no hay libertad de expresión. Aquí no es fácil decir lo que uno piensa opinar en contra del Establecimiento, en contra de los que siempre han sido los dueños del poder, cuestionar el poder, cuestionar los procedimientos y cuestionar la supuesta democracia es muy peligroso en Colombia.

La Unión Patriótica fue un movimiento político diverso, pluralista que se propuso generar entre los colombianos conciencia política para comprender mejor los problemas del país y buscarles solución. Eso fue lo que hicimos. No fue más. Por hacer eso, muchísimos compañeros fueron asesinados.

El movimiento Unión Patriótica fue prácticamente exterminado, sobrevivimos muy pocos que, sin embargo, no hemos perdido el interés, no hemos perdido nuestra vocación de servicio al país y nuestro deseo de cambiar las costumbres políticas de Colombia.

En la medida que eso no lo puede hacer en su país, se ve obligado a salir a vivir en el exilio, entonces, uno siente que me han castigado por tratar de democratizar la vida política de Colombia.

—¿Se arrepiente de haber soñado un día con apostarle a la democratización de Colombia?

—Jamás. Y le sigo apostando al desarrollo de esta precaria democracia y le sigo apostando a la posibilidad de un mejor país y de un futuro en mejores condiciones para los jóvenes de hoy, para todos estos niños que estamos viendo en Colombia sin esperanza, sin futuro y sin amor.

—¿Ya olvidó esos instantes dramáticos al salir del país hace 24 años?

—Es un recuerdo permanente, porque básicamente la memoria de mis compañeros, de mis amigos que fueron asesinados, los recuerdo siempre. Quizás podría decir que no hay un solo día en que no piense en mí país y piense en lo que motivó y me obligó a dejarlo.

—¿Cómo recuerda esos instantes que la obligaron a salir del país hace 24 años?

—Fue el asesinato de dos compañeros: Antonio Quirós, que era concejal de la Unión Patriótica en el municipio de Becerril, departamento de Cesar; y días después del asesinato de un abogado: José Francisco Ramírez, que era un compañero íntegro, muy, muy, muy amigo, muy cercano para mí.

En el entierro de José hubo una persona prestante de la ciudad que nos advirtió a dos compañeros más y a mí, que la matanza iba a continuar y que quienes estábamos en la lista y seguíamos éramos nosotros.

Al día siguiente yo decidí dejar la ciudad de Valledupar. Eso fue el 20 de julio de 1987. Me vine para Bogotá, aquí había estudiado el bachillerato, la universidad, tenía muchos amigos. Creí que en el anonimato de Bogotá era posible permanecer y reorganizar mi vida, porque yo estaba embarazada en esa época y tenía un niño muy pequeño también. Pero, seis meses después de estar en Bogotá, empezaron las llamadas telefónicas amenazantes a cualquier hora del día, a cualquier hora de la noche. Eso me obligó a salir a la república de Perú, allí pedí asilo político y me lo negaron. Entonces, no tuve más opción que irme para Europa.

—¿Cuál es el dolor de patria al estar fuera de él y en esas condiciones en la cual usted salió y estaba?

—El dolor de patria se puede medir en el tiempo. Yo llevo 24 años en Suecia y son 24 años de añoranzas, 24 años de nostalgias, 24 años de heridas abiertas que no sanan, porque mientras uno no vea desarrollar en este país mejores condiciones de vida para la mayoría de colombianos, esas heridas siguen doliendo.

—24 años después se da el florecimiento de la Unión Patriótica en el marco del V Congreso Nacional. ¿Qué significado tiene para usted este histórico acontecimiento?

—La esperanza nunca ha muerto, la esperanza siempre es naciente. Regresar al país es algo muy emocionante, muy emocionante; solamente los que hemos vivido eso podemos entender lo que uno siente cuando vuelve a su país. Ver la gente, los rostros, escuchar que todo el mundo habla el mismo idioma que yo hablo, eso es maravilloso. Uno comprueba que sus raíces son muy profundas y que uno sigue siendo más colombiano quizás, porque los sentimientos por el país se afianzan y se acrecientan en la distancia.

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